jueves, 6 de diciembre de 2007

Aterrizaje en Sri Lanka

Llegamos al aeropuerto de Colombo a las 4.30 de la madrugada, hora local; en Dubai son las 3, hora y media menos. Cruzamos el control de inmigración y cambiamos dinero a Rupias de Sri Lanka. Esta vez, el cambio va ser fácil porque es parecido a nuestra querida peseta. Va a ser como un viaje en el tiempo.


Nos recibe el guía y, ya en el minibús, nos entregan collares de flores a modo de bienvenida. Una vez instalados, salimos hacia la primera visita: el orfanato de elefantes.

Lo primero que nos llama la atención, al menos a mí, es lo verde que es el país. Nos cuenta el guía que llueve 8 meses al año, por eso la vegetación es tan espectacular.

A medida que va amaneciendo, vemos lo subdesarrollado que es. Las chabolas en las que vive la gente, la mitad de ellas sin electricidad ni agua corriente. Muchos de ellos andan descalzos por la calle. Susana dice que le recuerda mucho a India. Sin embargo, la gente es feliz, está contenta y nos saludan muy sonrientes por la calle. Sobre todo, los niños que van camino del colegio con sus uniformes blancos. Por lo visto, el gobierno impuso ese color para obligar a las madres a lavarlos.



Paramos a desayunar en la típica ventilla de la carretera, para intentar reponer fuerzas y vencer al sueño. Cosa imposible en mí. Después de llenar un poco el estómago, una pequeña siesta en el bus no viene nada mal.



Antes de entrar al orfanato, pasamos por “The Millennium Elephant Foundation” para hacer tiempo. Aprovechamos para dar un paseo de media hora en elefante. Ahí sí hemos podido comprobar en vivo la naturaleza de Sri Lanka. En las fotos se ve lo verde que es todo. También nos animan a lavar a uno de los elefantes. Alguno se ha puesto pipando. Todos los cuidadores nos ofrecían cosas, para que les diéramos una propina, cosa que hemos ido viendo a lo largo de todo el viaje. Uno de los elefantes estaba encadenado porque era muy agresivo. Es justo el que esta detrás en la foto de grupo.



Seguimos hacia el orfanato, que fue fundado para cuidar y alimentar a aquellos elefantes que han sido abandonados por sus madres. Primero es la hora del biberón y, luego, en manada, todos al río a bañarse. Había uno enorme de grande, con unos colmillos tremendos. Y, luego, había alguno pequeñito, monísimo, como en El Libro de la Selva.

Ahora toca dos horas de camino hasta Sigiriya, así que a dormir se ha dicho. Hay que recuperar fuerzas, que aún no hemos llegado ni a la hora de comer.

Por el camino, casi a punto de llegar, paramos a comer de buffet.



Ya estamos en Sigiriya, una fortaleza de roca que mandó construir el rey de Sri Lanka. Se le conoce también como Lion Rock. Aunque parezca mentira, subimos hasta arriba del todo. 1.200 escalones, que se dice pronto, separan lo alto de la roca del suelo. Ha sido una paliza, pero merece la pena; las vistas desde arriba son espectaculares. En medio de la roca, hay una cueva en la que se conservan pinturas al fresco de hace más de 1.600 años.


Camino del hotel, surge la oportunidad de ir a dar un paseo en Jeep por un parque natural, a modo de safari. Tras negociar un poco el precio y ponernos todos de acuerdo, allá que nos vamos. El parque, impresionante, pero animales no hemos visto muchos. Elefantes a patadas, eso sí. La anécdota graciosa del día viene cuando nos paran delante de un río para que viéramos un cocodrilo. El animal en cuestión estaba más tieso que las mojamas, debía llevar muerto por lo menos una semana. Debe ser que lo dejan ahí para enseñarlo a turistas como nosotros.

Tras el paseo por la sabana de Sri Lanka, llegamos al hotel, impresionante por cierto. Un 10 a la organizadora, Susana, porque está todo fenomenal. La única pena es que son hoteles muy chulos, con buena piscina y vistas alucinantes, pero que no da tiempo a aprovecharlos.

No veía la hora de meterme en la ducha y, como dice mi amiga Ana, quitarme el olor a tigre de bengala. Como nuevas, nos hemos ido a cenar al buffet del hotel. Después del postre, ya éramos incapaces de dirigirnos la palabra ni mantener una conversación coherente así que, a la cama todo el mundo. Mañana será otro día, que el de hoy ha dado mucho de sí.


1 comentario:

Susana Cobo dijo...

Al llegar a Sri Lanka y salir del aeropuerto, lo primero que sientes es el olor. Estos países no tienen recogida de basuras así que hay que quemar los desechos y hay un olor permanente a quemadillo, que en pocos segundos dejas de sentir. En parte volví a sentir aquello de India otra vez.

El camino de salida del aeropuerto nos lleva a una zona de barrio urbano que despertaba con nosotros conforme avanzábamos. Hace tiempo que no sentíamos esa sensación de frescor al amanecer. Los tenderos van poniendo sus puestos, los niños esperan desde las 6 de la mañana el autobús o el tuc tuc que les lleve al colegio y parece que estamos en otro mundo. De hecho así es.

La mayoría de la población está feliz y serena, como dice María. Un día alguien les contó que mas allá de Colombo hay otro mundo, o tienen un familiar que es maid es Dubai, o en otro sitio, pero jamás serán capaces de imaginarlo y, por eso, son felices y sonríen.

No hay pobreza, sino humildad. No hay personas durmiendo por las aceras ni niños con ropas viejas y rotas, ni inválidos ni tullidos que se agolpen cuando pasas, sino gente muy muy humilde, con su huerto, su tiendecilla, su tuc tuc o cualquier otro modo de vida. Pasamos junto a los campos de arroz que cortan las laderas en escalones haciendo verdes terrazas inundadas.

Uno de los mejores amaneceres desde hace mucho tiempo.