Me ha despertado Miriam llorando a las
5:30 de la mañana. No sé qué le pasaría. Siempre culpamos a los dientes pero,
la verdad, no tiene ni una mínima puntita fuera, así que igual ha sido una
pesadilla. Lo que sé es que yo no he vuelto a pegar ojo.
En la oficina parece que es el día de
aprobar los planes porque hemos recibido tres. Como Nilesh está de vacaciones,
me ha tocado traficar un par de ellas, así que ya sé utilizar el DF6.
He ido a comer con Claudine a Sumo, un
japonés en versión barata al lado de sus nuevas oficinas. Creo que establecemos
los domingos para comer juntas.
De la oficina me he ido a casa a recoger
a Miriam y Lakshmi y nos vamos a hacer la compra a Carrefour, que ya toca. Lo
peor, como siempre, ha sido llegar a casa. Resulta que en el aparcamiento hay
dos carros para poder subir las cosas a los apartamentos. Pues, desde que nos
mudamos hace 8 meses, aún no he visto ninguno. Los pobres chicos de seguridad
están hasta las narices porque, cada vez que los reclaman, los vecinos se ponen
bordes y les tratan de forma irrespetuosa, como suele pasar en este país. Así
que me he vuelto a pillar el mismo cabreo de siempre mientras subo las bolsas
cargada como una mula. Desde luego, hay gente muy poco cívica por ahí.
Como los ciber-abuelos andan bastante lejos,
nos quedamos sin la charla diaria. Pero aprovechamos para hablar con el
padrino, tia Blanca y, una vez acostada la mica, con tia Merche.
Hemos cenado una cremita de calabaza muy
rica, que por fin me he vuelto a poner con la cocina. Y a dormir prontito, que
estoy muerta.
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